EUROPA. AÑO 2035. 11 DE MAYO.
Europa 2035 es un proyecto –distópico- de Fuerza Naval. Un homenaje a la novela “Tormenta Roja”, pero en una época totalmente distinta: 2035, y con un actor que su autor, Tom Clancy, no habría considerado relevante jamás: una Unión Europea unida por la necesidad de hacer frente a las amenazas externas. Esperamos ver vuestras reacciones… y si queréis saber cómo sigue, no dudéis en azuzar al autor.
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PARÍS, 0630 HORA LOCAL.
Akhmad Alkhanov era un buen musulmán para todos los fieles de la mezquita de Tremblay, en el barrio parisino de Sevran. Su nombre de origen checheno destacaba entre un vecindario compuesto principalmente por inmigrantes marroquíes y argelinos, pero no levantaba sospechas. Nadie imaginaba que Akhmad era, en realidad, un agitador al servicio de Moscú.
Tenía cincuenta años, y había vivido los horrores de la guerra desde muy joven. Con apenas 15 años había empezado a trabajar para el FSB en Grozny. Nunca le había temblado el pulso para delatar a amigos y conocidos dispuestos a colaborar con las milicias separatistas a cambio de mejorar un poco su austera calidad de vida en aquella región del Cáucaso. Nunca había pensado que aquello supusiera un conflicto entre su fe y sus ambiciones.
Aquella mañana de mayo asistía al primer rezo de la jornada en la mezquita. Para aquella comunidad, el hecho de que Rusia hubiese lanzado una ofensiva sobre el este de Europa no suponía ningún desasosiego, siempre y cuando se detuvieran antes de llegar a Francia. El imán no hizo siquiera una mención a la situación que asolaba al viejo continente.
Al salir, dos jóvenes que apenas acababan de cumplir los 20 años se acercaron a Akhmad. Ferhat y Rachid eran franceses de pleno derecho, nietos de inmigrantes argelinos llegados a París cuarenta años antes. Habían estudiado en liceos franceses, y habían disfrutado de todas las garantías que el estado francés proporcionaba a sus ciudadanos. Sin embargo, cuando de adolescentes salían a dar una vuelta por el centro de París, se sentían rechazados. Los guardias de seguridad les miraban siempre con recelo. Las chicas se cambiaban de acera para evitar cruzarse con ellos.
Sólo se sentían plenamente cómodos en su barrio, Sevran, y entre los miembros de la comunidad musulmana de la mezquita de Tremblay. Era una comunidad tranquila, con un imán poco combativo comparado con los de otros barrios de su entorno. Pero la llegada de Akhmad lo había cambiado todo. El agente del FSB les había hablado de la lucha contra los infieles rusos en Chechenia. Les había enseñado el camino de la Yihad y les había relatado historias de héroes y mártires. Lo que no les había contado es que él había trabajado para el otro bando.
- Salaam Alaikum – dijeron
- Alaikum Salaam – respondió Akhmad – Allí está.
Señalaba una vieja furgoneta Peugeot Boxer aparcada frente a la mezquita, en la paradójicamente conocida como “Avenida de la Resistencia”. La parte trasera parecía hundida sobre las ruedas.
Akhmad cruzó la calle acompañado de sus dos discípulos y, asegurándose que no hubiera ninguna patrulla cerca ni nadie que pudiera fisgonear en el contenido de la furgoneta, abrió la puerta trasera. Una manta cubría la valiosa carga del vehículo. Akhmad la levantó para permitir a los dos jóvenes ver que aquello iba en serio.
- ¡Allah hu Akbar! – exclamo ahogadamente Rachid, visiblemente emocionado al ver el contenido de la bodega de carga de la furgoneta.
Unas cajas de madera marcadas en cirílico alojaban unas barras de un material parecido a la arcilla. Era explosivo plástico. Concretamente PVV-5A, de indudable fabricación rusa. En otro momento el FSB habría intentado negar cualquier vinculación con aquellos pobres diablos. Ahora que la guerra había empezado, todo daba igual.
TERUEL, 1030 HORA LOCAL.
Alejandro Espada era un sevillano de mundo. Como funcionario europeo había tenido la oportunidad de viajar por los cinco continentes. Empleaba además gran parte de su tiempo libre y ahorros en recorrer el globo. Pero aquella era la primera vez que visitaba aquella región algo olvidada de su España natal: Teruel.
Llevaba más de diez años trabajando para la Agencia Europea de la Defensa, con sede en Bruselas, y se sentía orgulloso de haber contribuido a desarrollar muchas de las iniciativas de defensa común que, ahora más que nunca, servirían para concentrar el esfuerzo militar europeo en contener la invasión de Moscú.
Pero aquella era la primera ocasión en la que visitaba una de las unidades más extraordinarias de la defensa común europea: la instalación de conservación de aeronaves de Teruel.
Todo había comenzado a mediados de la década de 2010, cuando el aeropuerto de Teruel, catalogado como otra ruinosa inversión del dinero público, encontró su razón de ser: el clima seco de esta provincia aragonesa era ideal para la conservación de aeronaves.
El aeropuerto de Teruel fue abriéndose paso poco a poco como “aparcamiento low-cost” para aeronaves que necesitaban un alojamiento para la temporada baja, esperaban un comprador o simplemente aguardaban el desguace. En 2020, con la llegada de la epidemia de COVID-19, las restricciones de viaje y la consecuente quiebra de muchas aerolíneas, sus instalaciones recibieron más de mil aviones en apenas unos meses, obligando a los gestores a ampliar la superficie de aparcamiento para potenciar un negocio cada vez más rentable.
Pero la epidemia pasó, los aviones volvieron a volar, y alguien consideró que el espacio sobrante podía ser utilizado con otro fin: imitar el sistema americano de almacenaje de aviones de combate, con una visión más comercial –la venta a terceros países de aviones desechados por las potencias europeas- que estratégica –la creación de una reserva de guerra-. Varios técnicos se habían desplazado entonces a la base aérea de Davis Mothan, en Arizona, para imitar el modelo americano de conservación de aeronaves.
Raúl Torre, uno de los directivos de la empresa contratada para el mantenimiento de la instalación, guiaba a la comisión de la EDA a través de la zona de estacionamiento.
- En el sector norte –explicaba- tenemos las aeronaves de caza y ataque. Hay Tornado, F-16, Mirage 2000, los antiguos F-18M españoles… y en esa zona algunos de los primeros ejemplares del Eurofighter. En total casi cuatrocientos aviones.
La furgoneta los llevaba a través de hileras de aviones comerciales a la espera del desguace o de un comprador dispuesto a volver a ponerlos en el aire.
- En el sector oeste están los aviones de transporte táctico. La mayoría son C-130 Hércules y C-160 Transall, aunque hay algunos Ilyushin-76 ucranianos también.
Los aviones estaban envueltos en una especie de film transparente, mientras que las cabinas estaban cubiertas con un protector metálico para evitar que el sol dañara el interior. El inventario era abrumador: antiguos aviones cisterna, aeronaves de patrulla marítima, veteranos helicópteros de transporte de tropas…
- ¿Cuánto tiempo se tarda en poner uno de estos aviones en funcionamiento?- preguntó Espada.
- Con la necesaria mano de obra cualificada… en una semana podríamos estar poniendo a volar las primeras unidades. Con el apoyo de Airbus seríamos capaces de poner una treintena de aviones en vuelo por semana – respondió Torres.
- Empiecen inmediatamente – contestó secamente Espada – no reparen en gastos.
Treinta aviones de una generación anterior a la semana quizás no fueran suficientes, pero era mejor que nada. El día anterior habían perdido esa misma cifra en el frente oriental. A ese ritmo, en un mes no quedaría nada de las fuerzas aéreas europeas.
FINISTERRE, 1430 HORA LOCAL.
El submarino S-83 Cosme García se encontraba 60 millas al noroeste de Finisterre. Había llegado allí hacía una semana para participar en un ejercicio antisubmarino con los escoltas con base en Ferrol, pero ante la nueva situación, un indeciso Estado Mayor lo mantenía a la espera de instrucciones.
A casi sesenta metros de profundidad, el Cosme García remolcaba un cable con flotabilidad positiva de más de trescientos metros de largo: era la antena flotante. Con ella podía recibir instrucciones aún a cota profunda a través de los sistemas de muy baja frecuencia con los que se transmitían órdenes a los submarinos de la Unión Europea.
El Comandante llevaba casi 12 horas paseando por el pasillo, frente a la puerta del compartimento de la radio, preguntándose por qué diablos no había recibido nuevas órdenes. “Permanezca a la espera en la zona asignada”, decía el último mensaje recibido, tras un concienzudo resumen de la situación a la que se enfrentaba Europa. Pero le desesperaba estar en aquella “zona asignada” de la que no podía moverse, perdiendo horas vitales para una nave como la suya, incapaz de desarrollar tránsitos a grandes velocidades. Esa lucha se iba a librar, en gran parte, en el Mar de Noruega, y no quería perder la oportunidad de estar en el bautismo de fuego de la Serie 80.
Había ordenado detener el sistema AIP. Si finalmente le ordenaban ir al norte, necesitaría toda la autonomía que el sistema de propulsión independiente de la atmósfera pudiera darle. Si no, se vería obligado a cargar baterías con los motores diésel, y los aviones de patrulla marítima rusos lo tendrían más fácil para detectarle.
Varios cafés e idas y venidas por el pasillo después, el receptor de la radiodifusión indicaba que llegaba un nuevo mensaje con órdenes del Cuartel General de EUNAVFOR.
“Inicie tránsito al Mar del Norte según ruta establecida a través del Canal de la Mancha. Permanezca al sur del meridiano de Bergen hasta recibir nuevas órdenes. Previsto iniciar operaciones precursoras en costa noruega. Esté listo para embarcar un equipo de operaciones especiales en los próximos días”.
Los rusos avanzaban desde el norte de Noruega, engullendo poco a poco todo el país escandinavo. La única opción de la Unión Europea era establecer una fuerza capaz de hacer frente a ese avance. Sin duda, los estados miembros intentarían establecer una línea defensiva con fuerzas aerotransportadas. Pero no sería suficiente: harían falta medios pesados, y eso sólo se conseguiría con un asalto anfibio.
Y antes de ese asalto anfibio, sería necesario introducir fuerzas especiales para reconocer la zona.
El Comandante se acercó a la mesa de derrota digital, que contenía toda la cartografía del continente europeo y el Atlántico Norte. Junto a su oficial ayudante de derrota, repasaron la ruta establecida por el Alto Mando para evitar colisiones inesperadas con otros submarinos aliados, que sin duda se dirigían también al Mar del Norte y Mar de Noruega. Eran algo más de 1100 millas.
- Cinco días –susurró el Comandante, tras un rápido cálculo mental, teniendo en cuenta una velocidad de tránsito de nueve nudos. Era una eternidad para un conflicto como aquel.
BRUSELAS, 1900 HORA LOCAL.
Los oficiales del Estado Mayor europeo se movían frenéticamente por el centro de operaciones situado 60 metros bajo tierra, en las instalaciones del antiguo cuartel general de la OTAN. En una sala habilitada para el esparcimiento, se turnaban para dormir a “sofá caliente” una o dos horas antes de volver a la dependencia del café y cediendo su sitio a otro que necesitara un lugar donde caer rendido.
Sebastián Prieto analizaba con su equipo la información de inteligencia que recibían. El avance parecía imparable. Salvo algún golpe de mano puntual, los rusos tenían la iniciativa. Controlaban Reykiavik en Islandia; en Noruega, avanzando desde el norte, habían llegado hasta Bodø y tomado la base aérea de la ciudad. Bielorrusia estaba casi completamente bajo el dominio de Moscú, que se esmeraba en asegurar los suministros de unas tropas que habían avanzado demasiado rápido. Y en Ucrania, el avance del Primer Ejército ruso parecía imparable.
Los países bálticos, sin embargo, seguían indemnes. Los grupos de combate de la Unión Europea desplegados allí habían reforzado las posiciones defensivas a lo largo de toda la frontera, pero no reportaban movimientos de tropas rusas. La gran preocupación ahora era qué hacer con Kaliningrado. El enclave ruso seguía aislado del resto del país, pero quizás eso no durara mucho tiempo. Hasta entonces, la presencia de los misiles balísticos intrateatro Iskander había servido para disuadir a los polacos como Maczek de sus intenciones de dar un golpe de mano. Pero tal vez tuvieran razón: en algún momento sería necesario reaccionar, intentar tomar la iniciativa.
- Lo que más me llama la atención – dijo Prieto a su colega polaco – es que no hayan empleado medidas de fuerza contra nuestros centros neurálgicos. Han dejado claro que tienen la capacidad de atacarnos casi donde quieran… y cuando quieran.
- Putin no es tonto – respondió Maczek – querrá negociar. Sabe que no puede sostener el conflicto mucho tiempo.
- Nosotros tampoco – apuntó Prieto.
- Nosotros tampoco. Pero él es más inteligente que nosotros, y tiene una opinión pública entusiasmada con su afán de devolver a Rusia su grandeza. Mi apuesta es que se detendrán cuando haya caído toda Ucrania y Bielorrusia. Tal vez sigan hasta conseguir doblegar a los países bálticos. Esperemos que dejen a mi querida Polonia tranquila. Y para forzarnos a negociar después, para Bruselas siempre será más fácil sentarse a la mesa sabiendo que respetaron a la “Europa Occidental”.
- Estoy de acuerdo, pero bombardear Europa Occidental también podría doblegar la voluntad de nuestra “sensible” población.
- En la II Guerra Mundial los bombardeos sobre Alemania o Gran Bretaña no hicieron más que aumentar la resiliencia de la población… – respondió Maczek.
- Sí, pero sabes tan bien como yo que los ciudadanos de ahora no son los de entonces. Nadie quiere ver su casa bajo las bombas.
- Habla de “tu Europa” – respondió Maczek –. Los europeos del este estamos hechos de otra pasta. Para nosotros el sufrimiento no acabó en 1945, sino en 1990. Yo mismo puedo recordar cuando Walesa derrocó al gobierno títere de Moscú. La esperanza de Europa está ahí, en polacos y ucranianos. No dejarán que Rusia les domine otra vez.
DNIPRO, 2300 HORA LOCAL.
La 4ª división de carros de combate avanzaba imparable por las llanuras ucranianas. Mikhail Kamenev, el coronel al mando del 12º regimiento acorazado, había esperado encontrar más resistencia una vez superadas las regiones pro-rusas al este del país. Pero todavía no habían tenido que hacer ni un solo disparo. Los habitantes de las ciudades y pueblos que atravesaban se habían limitado a encerrarse en sus casas y bloquear puertas y ventanas.
En dos días habían avanzado casi 300 km. Le preocupaba que sus líneas de suministro fueran incapaces de sostener la rapidez con la que se adentraban en territorio ucraniano. Pero tenían un objetivo claro: cruzar el Dnieper, el río que dividía a Ucrania en dos mitades, y hacerse con el cinturón de ciudades que crecían a sus orillas: Zaporizhzhia, Kremenchuk, Kiev… y el objetivo de su división, Dnipro.
La ciudad era la cuarta más grande del país. Un importante centro industrial y tecnológico, que albergaba, incluso, la sede de varias de las principales empresas aeroespaciales europeas.
Sus columnas de carros T-14 Armata y de vehículos de combate de infantería T-15 avanzaban desde el norte, por la autovía principal. Al acceder al distrito industrial, sus fuerzas se dividieron por las calles paralelas, encontrando barrios enteros y naves abandonadas.
- Avancen con cautela – transmitió a sus jefes de compañía por el circuito de radio cifrado por el que coordinaba el avance.
- Han abandonado sus viviendas… Esto no pinta muy bien – respondió uno de los capitanes de sus compañías de carros.
Tenía razón. Hasta ahora habían visto poblaciones temerosas refugiadas dentro de sus casas. Pero aquel era un barrio fantasma. Sin duda, habían huido al otro lado del Dnieper. Kamenev tenía el presentimiento de que una emboscada era más probable que en cualquier momento de los dos días previos.
Ordenó a su compañía de reconocimiento que se adelantara. Una unidad de buceadores comprobaría los pilares del puente central, una estructura de más de un kilómetro y medio de largo. Los drones intentarían detectar algún indicio de presencia enemiga al otro lado del río.
Nada. Casi dos horas después los drones no habían detectado ningún indicio de fuerzas enemigas en las orillas del río ni en el distrito central. Los buceadores no habían encontrado trampas explosivas en los pilares del puente.
Ni Kamenev, ni su plana mayor, ni los capitanes de compañía se sentían cómodos con esa aparentemente inexistente voluntad de ofrecer resistencia. ¿Estaban ante un nuevo experimento de táctica de tierra quemada?.
Las órdenes eran claras, debían tomar posiciones sobre las ciudades del Dnieper, reforzarlas, y esperar que las líneas de suministro se consolidaran para seguir avanzando hacia el oeste. Kamenev no quería perder la iniciativa, aunque para ello tuviera que asumir riesgos.
Dispuso que una de sus compañías avanzara por el puente central, mientras otra lo hacía por el puente Kaidatsky, y una tercera, por el puente Amurski, acompañados de elementos de reconocimiento y zapadores.
El sargento primero Dmitri Makarov, de la sección de zapadores que avanzaba por el puente central, escrutaba palmo a palmo comprobando la existencia de trampas explosivas, seguido de sus hombres y protegido, a varias decenas de metros a su espalda, por los vehículos de combate de infantería T-15.
Nada. El puente era seguro.
- Todo limpio – dijo a través del circuito de radio – pueden avanzar.
Los carros de combate comenzaron a avanzar desde el sector norte de la ciudad. Makarov contemplaba el espectáculo desde el extremo sur del puente, con el río y sus orillas sumidas en una oscuridad plena. Los carros avanzaban guardando cierta distancia entre ellos, sus tripulaciones eufóricas por estar a punto de alcanzar el primero de sus objetivos clave en aquella campaña, Dnipro, y sin haber perdido un solo hombre.
El primer T-14 paso junto a Makarov, cuando algo llamó su atención. Un destello desde un piso alto en un bloque de viviendas de la orilla norte.
- ¡Joder! – fue lo último que tuvo tiempo a exclamar. El T-14 Armata que acababa de pasar junto a él se convirtió en una bola de fuego que acabó con la vida de Makarov y todos los que estaban a menos de 50 metros del carro de combate.
Ocultos desde hacía dos días en los pisos abandonados de ambas orillas del río, elementos de la 93ª Brigada Mecanizada empleaban ahora el stock de misiles anticarro Javelin que llevaban años acopiando para un momento como aquel. No en vano, desde la invasión de Crimea de 2014, Ucrania llevaba 21 años preparándose para “recibir” al ejército ruso.
Desde ambas orillas, los ingenios de fabricación americana destruían a los carros que iban en vanguardia y a aquellos que accedían en ese momento al puente desde el norte, bloqueando así el paso de los vehículos que se encontraban a mitad de cruce. Los carros rusos, sabiéndose víctimas de una emboscada, respondían disparando indiscriminadamente a los bloques de viviendas de ambas orillas. Dos helicópteros de combate Mi-28 se unieron a este esfuerzo.
Pero el esfuerzo era en vano. Las 48 horas que habían tardado los rusos en llegar a Dnipro habían permitido a los defensores ejecutar todos sus planes contra la invasión, desarrollados durante años. Ocultos bajo el cemento de los pilares del puente, y conectados a través de un sencillo cable telefónico con la orilla sur, varios cientos de kilos de explosivo tirarían abajo los puentes que conectaban el oriente ucraniano con la parte occidental, llevándose consigo a decenas de vehículos y centenares de hombres de la vanguardia de la 4ª división de carros.
Kamenev contemplaba la escena horrorizado, desde el extremo norte del puente central. Pero aquello no había terminado. Ocultos en el parque que rodeaba el hospital número 4, al sur de la ciudad, los veteranos vehículos lanzacohetes BM-30 Smerch estaban dispuestos a destruir el distrito norte de la ciudad a cambio de llevarse por delante a todos los componentes del ejército invasor que pudieran.
Kamenev entendió entonces, bajo la lluvia de fuego de los cohetes 9M55 que arrasaba indiscriminadamente con todo lo que hubiera al norte del río, que aquello no sería el paseo por el campo del que había disfrutado las últimas 48 horas. Pero se prometió venganza.
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Mi madre ya me temía que había tenido el mismo final que Flanco Sur. Que alegría leer el tercer capítulo. ¡¡Qué el cuarto y sucesivos lleguen pronto!!
¡¡¡Seguid así!!!
La espera ha merecido la pena. Estaba deseando que continuara la historia. Me encanta que no es una novela que pierda el tiempo en banalidades, sino que va a la acción pura.
¡Felicidades al autor y con ganas del próximo capítulo!
Excelente !!!!
Esta nuevo capitulo lo he deboradooo!!!
Desando la nueva entrada de la historia. No os olvidéis de nosotros, seguir así.
Se me hace eterna la espera del próximo capitulo. Sigue así crack!
Excelente!!! Esperando impaciente el siguiente capitulo, gracias!
Gran trabajo. Muy entretenido. Me da rabia cuando acaba jajajaja