LA MARINA DE GUERRA ESPAÑOLA: 1957-1958.
Han caído en nuestras manos algunas joyas literarias: se trata de varias ediciones del libro “Jane’s Fighting Ships” de la segunda mitad del S. XX sobre los que analizar la evolución de nuestra Armada desde la posguerra hasta la llegada de la década de los 90 y el Plan Alta Mar, del que hablamos hace algunos años en este artículo.
Junto con otro
libro indispensable –“Crónica de la Armada Española, 1939-1997”- del Almirante
Ricardo Álvarez-Maldonado- pretendemos guiar a nuestros lectores en un viaje a
través del tiempo para conocer cómo ha ido evolucionando nuestra mentalidad
naval y nuestra capacidad presupuestaria, y como la conjunción de ambos
factores se tradujo en la composición de la Flota.
1957. Han pasado casi veinte años del final de la Guerra Civil. Cuatro desde la firma de los primeros acuerdos con los Estados Unidos en los llamados “Pactos de Madrid”, que poco a poco ayudarían a la reanudación de las relaciones internacionales del régimen de Franco, su integración en el bloque occidental y la modernización de las Fuerzas Armadas.
El Ministro de
Marina es el Almirante Felipe Abárzuza y Oliva. La Marina y la Infantería de
Marina suman 36.000 efectivos, y el presupuesto anual es de 2.400 millones de
pesetas. El buque insignia es un antiguo crucero de primera clase, de 10.000
toneladas de desplazamiento y fogueado durante la Guerra Civil: el Canarias. El
resto de la escuadra la componen 3 cruceros ligeros, 16 destructores, 4
fragatas, 6 corbetas y 6 submarinos. Números sin duda alejados de las grandes
ambiciones del Programa Naval de 1939.
Pero para
entender el estado de la Marina de Guerra de 1958, hay que remontarse a los ya
mencionados “Pactos de Madrid”.
Estados Unidos
estaba inmerso en su “Estrategia de Contención” del comunismo, y por tanto,
dispuesto a hacer concesiones ante el autoritarismo del Régimen de Franco. Sin
posibilidad de incluirnos como aliado en la recién creada Organización del
Tratado del Atlántico Norte, se optó por un pacto bilateral.
La península
ibérica era vital como base de retaguardia ante un hipotético avance soviético
en Europa Central. Podía servir como base para bombarderos estratégicos de
medio alcance, y sus puertos podían utilizarse para recibir personal, armamento
y munición del otro lado del Atlántico llegado el conflicto. Así que, pese a
las reticencias francesas y británicas, Estados Unidos apostó por una “pseudoalianza”
con España, cuyos términos se firmaron en septiembre de 1953.
Acompañados de
suculentos incentivos económicos, los “Pactos de Madrid” dieron paso a la
cooperación industrial entre ambos países, a la donación de material de segunda
mano para modernizar a nuestras Fuerzas Armadas, y a la utilización conjunta de
las bases de Zaragoza, Torrejón, Morón y Rota. Esta última llegaría a servir
como base de submarinos nucleares de misiles balísticos (SSBN).
Entre
donaciones y ayudas económicas, la Armada se benefició de –aproximadamente- 150
millones de dólares de la época –unos 1400 millones de dólares a día de hoy,
corregidos por inflación-.
No sólo se
trató de cesiones de unidades de segunda mano. En 1956 se lanzó un ambicioso
programa de modernización con el que se dotó de nuevos sensores y armas a los
buques de nuestra escuadra que estaban en mejores condiciones. Con un
presupuesto de 42 millones de dólares se emprendió la modernización de 29
unidades de nuestra Armada. La fecha de finalización se marcó en 1959, aunque
en realidad, el programa no terminaría hasta mediados de la década de los 60.
Gran parte de los retrasos fueron debidos por el innegable interés de la
industria española en adecuar su infraestructura, modernizarse y obtener
licencias de producción de algunos de los equipos a instalar.
Los pactos
también se traducirían en varias transferencias de buques: cinco destructores
de la Clase Fletcher (los dos primeros, Lepanto
–ex USS Capps- y Almirante Ferrandiz –ex
USS D.W. Taylor-, se entregarían en el verano de 1957 en San Francisco, y
ya aparecen como tal en nuestro Jane’s), doce dragaminas, un patrullero, un
calarredes, tres buques de desembarco, un submarino (el afamado S-31, un
veterano de la II GM que llegaría en 1959) y dieciocho embarcaciones anfibias.
Los cinco
destructores transferidos de la clase Fletcher, cuyas entregas finalizaron en
1960, recibirían el cariñoso nombre de “Los Cinco Latinos” y constituirían la
21ª Escuadrilla de Escoltas. Se trataba de barcos muy bien mantenidos, con
buenas capacidades antisubmarinas para la época, y bien adiestrados: pasarían a
ser la punta de lanza de nuestros escoltas.
El arma aérea
de la Armada, desaparecida en 1939, volvería a ver la luz en 1954 con la compra
de los helicópteros Bell-47. En 1957 se incorporarían los primeros S-55,
también conocidos como “Pepos” y equipados con sonar calable y torpedos.
Pero, sin
duda, uno de los grandes catalizadores de la modernización de nuestra Armada
fue la posibilidad de acceder a numerosos cursos de perfeccionamiento –de
guerra antisubmarina, radar o comandante de submarino- en Estados Unidos. La
oportunidad de instruirse en Estados Unidos supuso una importante apertura de
miras para el personal de la Armada, y las enseñanzas recibidas –que suponían
la adopción de la doctrina y la táctica naval de la OTAN en nuestra Marina-
fueron incorporadas poco a poco mediante la creación en España de una importante
red de escuelas de especialización, simuladores y centros de valoración del
adiestramiento.
También la
Infantería de Marina pudo enviar a oficiales y suboficiales a Quantico para
conocer de primera mano la moderna doctrina del Cuerpo de Marines. Esto motivo
un cambio de mentalidad, para pasar de ser una unidad de guarnición a
convertirse, poco a poco, en una unidad expedicionaria, especialmente tras las
lecciones obtenidas en Ifni.
La Guerra de Ifni, que comenzaría en octubre de 1957 y es coetánea al Jane’s que ha servido de fuente para este artículo, merecería un largo capítulo aparte. Pese a lo limitado del conflicto, se extraerían importantes lecciones: la imperiosa necesidad de hacerse con un portaaviones –un sueño que se materializaría en 1967 con la cesión del “Dédalo”- y la transición hacia una Armada con mayor capacidad de proyección, con la inclusión de la maniobra de aprovisionamiento de combustible al petrolero “Teide” en 1961 –que permitiría aumentar la permanencia en la mar de nuestros buques- y la ya comentada transición de una Infantería de Marina enfocada a la defensa del territorio hacia una Infantería de Marina con verdadera capacidad de proyección.
La década de
1950 fue, por tanto, clave para el inicio de la modernización de nuestra Armada
y su transición hacia una marina oceánica, con una limitada capacidad de
proyección y con la lenta introducción de aeronaves en su estructura operativa.
En una próxima
edición veremos el avance de esta marina de 1957 y la progresiva transformación
hasta llegar a la siguiente edición en nuestras manos: el Jane’s Fighting Ships
de 1976-1977.
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